El hincha va camino hacia el estadio. Se cruza a un vecino. «¿Dónde vas tan ligero?» le gritan. Rara vez contestará «Hoy juega mi club». Será más bien un «Hoy jugamos».
Es el jugador N.12. Esa voz permeable, leal hasta la médula, llueva o truene, ganando o perdiendo. Y es que jugar sin tu hinchada es, decía Galeano, «como bailar sin música».
Suena el pitido final. El hincha se levanta. Aplaude fervoroso. «Bien Muchachos!» O silba como el estornino, o rezonga impávido obsequiando el peor regalo de todos: la indiferencia. Y rápido enfila hacia la salida, cual desalojo policial, casi sin dar tiempo al tiempo.
Se va el sol. Se va el hincha, se aleja, disperso, se pierde entre las calles. Y el estadio se queda solo, en la oscuridad.
Y el domingo es melancolía, ceniza sensación, como esa ultima noche de Carnaval.
Toni Fontán